Escrachados
Escraches virales | Fotos de desnudos, capturas de pantalla y chats, difundidos por @anti_boti, una cuenta que quiere “desenmascarar a los tramposos del fútbol”.
Margarita Martínez | ANFIBIA
I. Condenas
colectivas
El mediocampista
titular de Boca está llegando al hotel donde concentran los jugadores a la
espera del próximo partido. Arriba del colectivo, chatea con una chica.
Intercambian algunos mensajes: coquetean. Ella le manda una foto de su cuello
con un “chupón” y le dice “ni el maquillaje me lo tapa”. “Nooo, fue sin querer
igual jaja”, responde él. Ambos tienen pareja. Nos enteramos de esa
conversación íntima porque una cuenta lo expone en las redes sociales. Unos
cuantos tuiteros festejan con retuits. El escrache está consumado.
Corría enero de
1789. María Antonieta presentía algún final. Entre su intuición política y el
clima enrarecido de la corte, la caída de la monarquía parecía certera. Lo que
quizás no imaginara era el efecto que producían en las calles los centenares de
panfletos y couplets anónimos e
injuriosos que la convertían en la extranjera lúbrica corruptora de su propio
hijo, amante de sacerdotes y mujeres, oficiante de orgías. Primero en el
corrillo de la corte, luego para la algarabía del pueblo, más tarde en el tribunal
revolucionario y al final en la plaza donde caería su cabeza, no era asunto de
veracidad sino de verosimilitud.
Las condenas
colectivas forman parte de los orígenes de la opinión pública moderna; se
entretejieron con una “historia de la verdad” concebida como la revelación por
fuera de los dispositivos de enunciación que se decían oficiales. La tarea del
albedrío, entonces, se identificó con discernir para componer y descubrir para
hacer política. No puede sorprender entonces que los medios técnicos actuales
pongan a disposición, a través de las redes sociales, espacios donde estos
rasgos presentes en lo moderno adquieran un vuelo insospechado, y no solo por
poner más velocidad a la corredera del rumor. El intercambio violento de
opiniones presente en los espacios públicos virtuales actualiza una zona no
admitida del debate. La violencia en redes puede recuperar la fuerza de la
invectiva, la máscara del anonimato, la intención desestabilizadora, pero
también permite gestionar los nuevos modos de fluir de un sentido común que, en
la supuesta era de la “libre expresión” –lo que no era del todo el caso en los
orígenes de lo moderno– suena cuanto menos problemático.
Es en este sentido
que se vuelve un síntoma el caso de la cuenta de Twitter Antibotineras (@anti_boti), cuya intención declarada
es dejar en evidencia, en pocos caracteres, a ciertas chicas que aspiran a
“estar” con futbolistas, pero de paso desenmascarar las trampas de los
jugadores de fútbol revelando cómo, cuándo, dónde y con quién engañan (o
pretenden engañar), a sus esposas o parejas en sentido amplio. El modo elegido
es principalmente la difusión de fotos íntimas o de capturas de pantalla de
chat en las que el “objeto” de la operación queda sensiblemente descubierto
porque ha enviado fotos personales o acreditado su identidad de modo certero.
¿De qué se trata @anti_boti? En
términos de quien lo gestiona, que se dice “hombre” y que prefiere guardar el
anonimato (brindó entrevistas para Clarín,
Diario Popular y Diario de Cuyo) el espacio surgió en 2012 con la intención de
demostrar que hay mujeres que son capaces de cualquier cosa por una vida de
lujos tal como la que supuestamente puede ofrecer un jugador. En dos meses, tres mediocampistas de
Boca, dos exRiver, uno de San Lorenzo, otro de Olimpo de Bahía Blanca, un
delantero de Patronato de Paraná fueron expuestos por la cuenta. Los escraches
virales no difieren por la relevancia del equipo en el que juega la
víctima. ¿Y para qué este “hombre”
colaboraría con tal tipo de justicia universal de doble filo (denunciar a
mujeres materialistas en una sociedad materialista y colaborar en un sistema
delatorio para el sostén de un modelo de pareja conformista)? Para irritar a
los hinchas, en sus palabras, hacer ruido y quizás –tal vez, aún si no lo dice–
presionar a los jugadores en sentidos algo más oscuros.
II. Moral
Una de las
ambigüedades principales de @anti_boti
radica en aliar una práctica de ética discutible con un objetivo moralizante.
En este sentido, la dinámica de los tuits se emparenta con los escraches y con
la ejecución simbólica de un “uno” singular por una masa plural representante
de una buena causa. Sucede con los escraches que la bondad de la motivación
invalida su cuestionamiento como dispositivo colectivo de castigo. En la
virtualidad, esa modalidad delatoria, puesta ahora al servicio de todo tipo de
causas, gestiona un efecto inverso: si se produce una denuncia colectiva,
masiva, entonces la motivación ha de ser “atendible”, y aún más, justificable.
Si se añade una sanción que queda a la distancia de un “clic” y la obligación
tácita de definirse en tiempos acelerados propia de lo virtual, se comprende
que hoy en día la arena de las redes sea una de las escenas por excelencia de
diversos juicios sumarios, condenas y metafóricas ejecuciones colectivas. La
prueba última judicial, si existe, no siempre revierte el efecto por la marea
de la opinión pública moviéndose al vaivén del debate del instante. Así es como
estos tuits pretenden develar en el sentido de escrachar; el resto viene por
añadidura y las consecuencias se expanden como un reguero de pólvora en un
sistema articulado en torno de la espectacularización de las pasiones.
La denuncia del tramposo pone en juego una idea
de justicia mediante la práctica del señalamiento o del dedo en alto de la
corrección sentimental y social. Así es como las denuncias virtuales se
constituyen como sistemas eficaces de reemplazo de una sanción jurídica en el
terreno de lo emocional, sexual o del deseo, depende de dónde se lo encare. Las
verdades que se dicen conciernen a la vida privada de futbolistas. ¿Por qué futbolistas?
¿Por qué no hay un sitio igual para periodistas, profesores universitarios,
médicos? En cada uno de estos espacios se cuecen iguales habas y los horizontes
aspiracionales, a escala correspondiente, no son muy diferentes.
III. Botín
La diferencia
parece radicar en una cuestión de derrame de lo suntuario y en la juventud y el
tipo de belleza de las parejas protagónicas: el botín al que aspira la botinera
se parece más bien a una cuenta millonaria, a la vez que, como dice el propio @anti_boti de los jugadores, “al ser
chicos de bajos recursos que de la noche a la mañana tienen fama y dinero, caen
en tentaciones como todo ser humano”. Todo esto compone tramas dignas de dramas
televisivos, fortunas que se hacen y deshacen, corazones rotos, odios y
resentimiento. Y como si faltara darle una vuelta más al bucle, quien revela
esas informaciones se presenta como “hombre”. Si fuera mujer, los celos o el
despecho podrían aparecer como argumento invalidante de la operación. Pero como
varón solidario con tantas mujeres (como tantos varones en estas épocas) este
varón regala un bouquet de
informaciones preciosas para “desenmascarar” a los tránsfugas de la doble vida
y a las traidoras al género que se valen de su cuerpo y del cuerpo del otro
para satisfacer las más frívolas pasiones materiales. La operación de dudosa
ética se justifica porque no se trata de amor.
En ocasión de la
última marcha “ni una menos” se intentó abrir el debate en algunos medios
respecto de la “sororidad” como un posible nuevo límite a las infidelidades
masculinas. La consideración de una solidaridad intragenérica podía ser, se
decía, un nuevo punto de partida para que una mujer no se involucrara con un
hombre comprometido porque, detrás de él, había otra mujer que se vería
perjudicada. No es de sorprender que en espacios antagónicos como el virtual @anti_boti y los debates derivados del
movimiento colectivo “ni una menos” aparezcan líneas epocales que remiten a un
llamado de atención respecto de la monogamia entendida como pacto de sinceridad
en la pareja (no como unión formal). Hay nuevamente en juego una idea de
verdad: si una persona con pareja emprende un vínculo con un tercero, la nueva
mirada moral exige que se sincere una verdad: o bien deja de ser verdadera la
antigua relación, o bien no es verdadera la nueva, pues ambas no pueden ser
verdad a menos que se trate de una “hablada” pareja abierta –es decir, que se
haya negociado previamente que existen múltiples sistemas de verdades posibles–.
Para el resto de los mortales, la verdad es una sola; y si el individuo no
llega solo a su verdad, todo el sistema social colaborará en que llegue a ella,
por la fuerza y a los tumbos, mediante una delación que se hace fácil en
tiempos de la virtualidad, en donde solo un verdadero paranoico podría salir
medianamente bien parado.
Nunca se cuestionó
tanto como en el presente la idea de que una imagen pueda expresar una verdad.
Nunca quedó tan claro, para el individuo común y corriente que puede acceder a
dispositivos electrónicos básicos, que toda imagen puede ser un montaje. Sin
embargo, la conciencia de la posibilidad de manipulación de la imagen no ha
logrado obturar su vínculo férreo con aquella idea de “verdad” precisamente
porque, como en caso de María Antonieta, la imagen se mueve en el terreno de lo
verosímil y no en el terreno de lo veraz. Igual que entonces, la imagen (social
y real) se coloca al servicio de un verosímil que se entrelaza con el objetivo
moralizante. Otro elemento completa una vaga semejanza con la reina difamada
pese a la divergencia de contextos: María Antonieta también era joven y hermosa
para los criterios de su tiempo. Podemos sospechar que sí importa que los
cuerpos en juego, en el caso de @anti_boti,
no sean “cualquier cuerpo” y que la denuncia opere fundamentalmente en base a
la viralización de fotos de los cuerpos de los jugadores en situaciones
comprometidas (y en menor medida por capturas de pantalla de chats). Importa
exactamente como importa una fiscalización de las conductas que celebra un
cuerpo para el goce según los estándares más claros de la imaginería
publicitaria de época, y luego lo censuran porque se dedica al goce.
IV. Cuerpos
En un cuerpo social
erotizado pero cada vez más culpable y punitivo respecto de las conductas, en
un cuerpo social cada vez más obsesionado por la pureza y la eliminación de lo
tóxico y cada vez más permisivo respecto de los llamados “negocios sucios”, no
es paradójico que se convierta en tabú el modo en que cobran vida esos cuerpos
que se celebran solo si quedan congelados en el Olimpo de la imagen. No se
trata, entonces, de proceso enteramente nuevos sino de formas de reedición de
la moral en tiempos en que los dispositivos de exhibición y sexualización de
los cuerpos se hacen incontrolables. Lo que interpela es el uso del dispositivo
técnico frente al cual el futbolista es un “objeto” capturado, descubierto o
develado. Y aquí es de utilidad desplazar la mirada del jugador a la botinera,
porque para las “chicas” la tarea es más dura. Las dotes para ser un buen jugador
están poco presentes en la población
–proporcionalmente hablando. En el caso de ellas, y tal como las presenta @anti_boti, los dones están repartidos
de manera más democrática y la competencia es más cruel. Poco importa si en
verdad pudieran buscar lo mismo: un recorrido similar, cambiar de estado y de
clase, llegar a la fortuna, la fama y la posición en unos pocos años dorados.
No están tocadas por la gracia del talento y no alcanza con que sean una
muestra descarnada de la voluntad de ascenso social. Mientras que ellos pueden
ser ligeramente exculpados por la idea de humana tentación (después de todo,
dan satisfacciones a todos), ellas quedan pegadas a la figura del cálculo (sólo
se satisfacen a sí mismas); mientras que ellos son enfants terribles y gallinas de los huevos de oro, ellas, junto con
clubes y managers, se disputan las tajadas de sus beneficios.
De eso se trata el
doble filo de la exhibición plena de todo y de la vocación de eliminar los
claroscuros: de tener que llevar hasta las últimas consecuencias definiciones
sobre toda situación posible, y por ende de seguir movimientos en donde ciertos
actos del orden de lo privado quedan sometidos a la decisión de la masa. Teñir
de emocionalidad la vida pública tiene como contracara someter a votación la
vida privada; en nuestros tiempos, y no concierne esto sólo a futbolistas y
botineras, esa votación se cuenta en cantidad de seguidores, cantidad de retuiteos,
cantidad de aprobaciones, y dosis de paranoia que estamos dispuestos a entregar
para llevar adelante una vida libre de fiscalización moral.
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