Por cuatro días locos
Los carnavales oficiales correntinos devinieron en un espectáculo popular sin pueblo. Sobran controles, “negociados”, lujos, insipidez y sillas vacías. Faltan organización, tecnología adecuada y alegría, esa que ahora quizás ande deambulando por los corsos barriales.
Por José Luis Brés Palacio, Data Chaco. Evidentemente, el precio de las entradas de los corsos “oficiales” correntinos los han convertido en un espectáculo popular sin pueblo.
Luego de más de veinte años de abstinencia, me encontraba en plena avenida a la que ahora llaman “corsódromo”. Y no es el único cambio que percibo.
Volví con la diminuta expectativa de que, por evolución, los carnavales hayan recuperado, después de tantas idas y venidas, su esencia ancestral: esos “cuatro días locos” en los que el pueblo esclavizado tenía derecho a la insolencia, esas jornadas en las que la abominable cultura del trabajo daba lugar a la omnipotencia de la alegría irreverente. Esos únicos días en los que se demostraba de hecho que el trabajo no dignifica al hombre sino que enriquece a los patrones, y en los que el pueblo era capaz de gritar, cantar y bailarlo todo; aun, sus desgracias.
Antes, las escolas de samba plantaban a las comparsas en plena fiesta popular. Ahora, una banda ambulante intenta inyectar electrónicamente ese “espíritu” que antes se conseguía con trompetas y batir de bombos y cajitas… y garra.
Claro, antes, los garcas se llevaban siempre los mejores lugares, pero el pueblo tenía al menos la posibilidad de ver el desfile. Y lo disfrutaba. Y al paso de “sus” comparsas, el pueblo reía. Y los comparseros se iban nutriendo de esa alegría para vomitar toda su gracia y esplendor frente al sector de los mandamases, que antes llamaban “palco oficial” y ahora, “sector vip”.
Pero, aquélla era la manera más sincera que tenía una sociedad hipócrita de exhibir el abismo que separaba a los más poderosos de los menos favorecidos. Los “de arriba” y sus infaltables aliados del mediopelo vernáculo disfrutaban a lo loco de uno de los tantos privilegios que se habían reservado solo para sí: el “espectáculo”. Los “de abajo” solo miraban… y reían, que no era poco.
En los corsos correntinos de hoy sobran controles, “negociados”, lujos, insipidez y sillas vacías. Faltan organización, tecnología adecuada y alegría. Ésa que venía de las manos de Momo y del pueblo, congregados infaltables en los desfiles y que ahora quizás anden deambulando por los corsos barriales.
Antes y ahora… antes y ahora. No es nostalgia. No es que antes fuera correntino y ahora sea chaqueño. No. Es la terrible sensación de certeza de que los desfiles de carnaval sin Momo ni pueblo han llegado para quedarse en Corrientes. Las diferencias de clases, también.
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