García Márquez, periodista
El maestro del realismo mágico | AFP
El mejor oficio | En tiempos en que los medios de comunicación y el ejercicio del periodismo están bajo debate, el autor del artículo recuerda al escritor colombiano en su otra faceta. A fines de noviembre se presentó, en la Feria del Libro de Guadalajara, Gabo periodista, una antología de las mejores notas del nobel de literatura, fuente de sabiduría para los que intentan honrar la prensa como un territorio imprescindible para una sociedad plural.
Eduardo Anguita
Miradas al Sur
Entre 1980 y 1984, El Espectador, de Bogotá, publicó domingo a domingo 173 impresionantes artículos de prensa de Gabriel García Márquez. Vale la pena volver a algunas de aquellas notas en estos días en los cuales se habla tanto de medios y de titulares de medios. Titulares en el sentido de empresarios y de títulos, como si el periodismo tuviera que girar en torno a ambas notoriedades y no al fango que le da sentido. Y lo de medios también es bueno resignificarlo cuando se puede buscar enteros, como es el caso del gran escritor colombiano.
La semana pasada, Gabo periodista conoció la luz en la Feria del Libro de Guadalajara, México. Se trata de una serie de textos del autor seleccionados por unos periodistas destacados, a las que se suman una larga entrevista a su esposa, Mercedes, y un perfil hecho por Gerald Martin, autor de una excelente biografía sobre García Márquez. El libro es una edición gratuita y limitada que llegará a Colombia recién la semana próxima y será un acontecimiento: Gabo periodista, el de carne y hueso, celebrará los treinta años del día en que le dieron el Nobel de Literatura.
En aquel oscuro 1982, el maestro del realismo mágico disparó muchas verdades. Un párrafo de lo dicho en la Academia sueca alcanza para reconocer la valentía y la elocuencia de García Márquez: “Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido cinco guerras y 17 golpes de Estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares”.
Los argentinos tendremos que esperar un tiempo para honrarnos con este libro. Su sola parición ya es una invitación –ahora que se habla tanto de medios– a comentar y recordar la tarea periodística de los últimos ¡sesenta y cuatro años! del colombiano. Aunque 64 parezca casi un tercio de 100 años ¿de soledad?, esta vez, es cronología pura. Gabriel José de la Concordia García Márquez se presentó a mediados de 1948 en las oficinas de El Universal, de Cartagena, ciudad muy cercana de su natal Aracataca. El joven no aterrizaba allí por los 250 kilómetros que lo separaban de su pueblo natal. A sus 21 años ya había probado la medicina del realismo oligárquico colombiano. Un año antes había ido, becado, a Bogotá a estudiar Derecho. Sin embargo, el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán lo dejaba sin beca y con las aulas clausuradas. Al Bogotazo, expresión masiva de repudio al magnicidio, lo sucedió una violencia inusitada en Colombia. Los cuerpos de los campesinos, como relatara años después García Márquez, teñían de rojo el río Magdalena. Los hechos quizá nublaron la vista de quien quería ser abogado, sin saber quizás que Gaitán era abogado o que ese fatal 9 de abril de 1948 Gaitán tenía previsto ver a un joven estudiante de Derecho llamado Fidel Castro.
García Márquez se convertiría en Gabo una vez que volvía a Bogotá. Así bautizaron en la redacción de El Espectador a ese muchacho de rulos negros y bigote joven que combinaba literatura y periodismo con la misma facilidad con la que podía comerse un ajiaco bogotano (sopa con pollo y papas) o engullir un mero del mar Caribe. Sus habilidades tomaron vuelo en base al infortunio de un marinero que sobrevivió diez días tras haber caído al mar sin llevar consigo ni agua ni galletas ni sombrilla y aferrarse a la esperanza de que los tiburones no pudieran servirse de su carne. El náufrago en cuestión, Luis Alejandro Velasco, había regresado a Colombia y cuando esa historia llegó a oídos de uno de los editores del diario, José Salgar, de inmediato pensó en el muchacho de Aracataca al que habían bautizado Gabo en esa redacción. Según contó Salgar a Associated Press unos años después, “la noticia era demasiado fría y ya había pasado mucho tiempo”. Lo llamó a Gabo y le dijo: “Póngale usted cosas, sin desvirtuar la verdad, un poco de las arandelas literarias que usted aprendió y agregue el color caribe que quiere meterle al periodismo bogotano”. Para cualquiera que haya vivido alguna jornada en un diario, esa frase es casi un paradigma de las orientaciones de los veteranos a los más jóvenes. El muchacho de bigotes y pluma desplegada logró una historia que se prolongó por veinte entregas. El doble de los desgraciados días del marinero. El éxito no se debió –solo– a la imaginación de Gabo. Rodolfo Walsh dijo: “Hay un fusilado que vive” cuando pudo hablar con Juan Carlos Livraga en el fatídico junio de 1956. De esos testimonios surgieron los relatos por entrega que se convirtieron en Operación Masacre, un texto imprescindible de la literatura y el periodismo. Un año antes, Gabo convertía al marinero Velazco en el sobreviviente que habla y tiempo después se conocía este otro texto notable, Relato de un náufrago.
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