Inicio
Datapuntochaco
Más
Vademécum
El Pelafustán
RSS

28.11.12

Jesús

La adoración de los pastores, del Greco. 

El rey | En el último volumen de su trilogía dedicada a Cristo, lanzado recientemente, el Papa confirma el nacimiento del hijo de María como un hecho real, ocurrido entre los años 7 y 6 a. C., en Belén. Ratzinger ratifica el misterio de la concepción del niño y reflexiona sobre los tres magos que lo adoraron junto al pesebre, donde, según dice, no hubo buey ni asno. Todo ello se matiza aquí con la trama de una obra de Robert Graves, que aporta una teoría sobre el linaje de Jesucristo.

Fito Paniagua

Hace una semana, el mundo entero habló del nuevo libro de Benedicto XVI, La infancia de Jesús, editado en nueve idiomas, del que la prensa reprodujo algunos fragmentos, en especial aquellos en los que el Papa revela que en el pesebre no hubo asno ni buey y que la estrella de Belén pudo haber sido una supernova que, en aquellos tiempos, iluminó el cielo durante semanas y meses.
Sin embargo, el libro, que es el tercer volumen que Joseph Ratzinger dedica a Cristo, contiene algo más que enunciados “progresistas” que echan por tierra la tradicional iconografía cristiana. En primer lugar, el Papa confirma la realidad histórica del nacimiento de Jesús y lo data en “el 15° año del imperio de Tiberio César”, entre los años 7 y 6 a. C., en Belén, en coincidencia con una conjunción de los planetas Júpiter, Saturno y Marte. Y aclara que el hecho de que la era cristiana comience después se debe a “un error en los cálculos sobre el calendario del monje Dionisio el Exiguo”.
En segundo lugar, así como subraya la verdad histórica de la vida de Jesús, Ratzinger reafirma aquellos misterios basales del cristianismo, como la virginidad de María y la intervención del Espíritu Santo en la concepción del niño. Recuerda que hay dos puntos en la historia de Jesús en los que la acción de Dios “interviene directamente en el mundo material”: en el parto de María y en la resurrección en el sepulcro.
Si bien Ratzinger ubica el nacimiento de Jesús entre los años 7 y 6 a. C., se desconoce aún la fecha exacta. Aunque algunos expertos infieren de datos bíblicos que pudo haber ocurrido entre septiembre y octubre, es decir, en el otoño boreal, la Iglesia optó por el 25 de diciembre, en el intento de acoplar la natividad con las celebraciones antiguas en honor del dios Sol, durante el solsticio de invierno (del 21 al 22 de diciembre, en el hemisferio norte).
“¿Cuándo creéis que ha nacido ese niño?”, les preguntó Herodes a los tres judíos de Damasco que una noche llegaron al palacio de Jericó para anunciarle al rey el nacimiento del “príncipe de la justicia”. “Según nuestros cálculos, en este último solsticio de invierno”, le respondió el jefe, y respecto del lugar, dijo: “Presumimos que en Bethlehem [Belén] de Efrat”, relata Robert Graves, el estudioso de los mitos, en Rey Jesús.
Vestidos como reyes, los tres judíos de Damasco, que se habían presentado ante Herodes como astrólogos, fueron después a Belén. María le daba el pecho a su hijo cuando aparecieron en la puerta del cobertizo que le habían ofrecido a José, su esposo, como refugio mientras esperaban inscribir al niño como miembro de la casa de David. Fue ese día que llegó una orden de Herodes: matar a todos los varones menores de 2 años que esperaban para ser registrados.
Benedicto XVI dedica un capítulo a los magos de Oriente. ¿Quiénes eran esos hombres que dejaron junto al pesebre sus ofrendas de oro, mirra e incienso? “El término ‘magos’ (mágoi) tiene una considerable gama de significados en las diversas fuentes, que se extiende desde una acepción muy positiva hasta un significado muy negativo”, dice. La palabra designa tanto a miembros de la casta sacerdotal persa, a religiosos “fuertemente influenciados por el pensamiento filosófico” como a los “dotados de saberes y poderes sobrenaturales”, incluidos los brujos, y a los “embaucadores y seductores”.
Los que fueron a adorar a Jesús a instancias de Herodes parecen no pertenecer a los de las dos últimas acepciones. “Tal vez fueran astrónomos, pero no a todos los que eran capaces de calcular la conjunción de los planetas y la veían, les vino la idea de un rey en Judá, que tenía importancia también para ellos”, reflexiona el Papa. Es decir que había en los tres magos algo más: “Representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro de Cristo”, concluye.
Más allá de si eran astrólogos, astrónomos, sabios o religiosos, los tres magos se convirtieron en los reyes de los tres continentes entonces conocidos (África, Asia y Europa) y así entraron al pesebre los camellos y los dromedarios, del mismo modo que, recuerda Ratzinger, por el relato de Isaías (I. 3) llegaron el buey y el asno.
Aunque lo del asno puede explicarse de un modo más simple: María había viajado hasta Belén montada en uno y José, el anciano carpintero de Emaús, caminaba a su lado asiendo la brida. Quizá fue como lo cuenta José Saramago en El Evangelio según Jesucristo: “Poco a poco, con cuidado y con paciencia, los dos de Nazaret y su burro fueron dejando atrás aquel bazar convulso y vociferante (…) Aquel que ves ahí es José, y la mujer, que va embarazada con un vientre inmenso, sí, se llama María; van los dos a Belén, para lo del censo…”.

El heredero
Pese a que Ratzinger afirma que fue en Belén, están los exégetas que dicen que Jesús nació en Nazaret. En los tiempos de Jesús, a los judíos “se les llamaba o por el nombre del padre o por el de la ciudad de nacimiento. Y ni una sola vez los evangelios canónicos hablan de ‘Jesús de Belén’ y sí de ‘Jesús de Nazareth’”, dice Juan Arias, periodista y escritor, en su blog Vientos de Brasil.
“El motivo de fondo alegado por la teología tradicional era que Jesús tenía que nacer en Belén” ya que allí había nacido “el Rey David, y Jesús tenía que ser de sangre real, no hijo de un sencillo albañil y de una mujer quizás analfabeta. Y así inventaron lo del empadronamiento”, sostiene Arias.
Graves relata que los tres judíos de Damasco que visitaron a Herodes sabían que el niño nacido en Belén no descendía “directamente” de David: “Se llamará David, aunque no sea de la sangre de David”, le informaron al rey de Judea.
Y es sobre la genealogía de Jesús que el estudioso británico aporta una teoría que atrapa. Simón, el sumo sacerdote de Herodes, le confió al príncipe Antípater, heredero del trono, un gran secreto. En Israel “los antiguos reyes y caudillos gobernaban de acuerdo con la línea femenina, es decir, por matrimonio con la propietaria hereditaria del suelo”. En consecuencia, le confesó, “ningún rey tendrá verdaderos títulos para gobernar en Israel (…) si no se casa con la heredera de Michal [de Hebrón, esposa de David]”. ¿Y quién es esa mujer? La hija de Ana, la mujer de Joaquín el Levita: María.
Graves entonces sorprende. Narra sobre aquel día en que María, enterada de la muerte del príncipe Antípater, asesinado en la cárcel por orden de su padre, “no pudo echarse a llorar ni aliviar su corazón  (…) Pero susurró al oído de su hijo, a quien había llamado Jesús: ‘Ha muerto, hijo mío. ¿Entiendes, hijito? Ha muerto’”.

0 comentarios:

Data.Chaco

Vademécum