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31.7.13

El nuevo hombre invisible

ARTE
Liu Bolin, oculto entre teléfonos celulares.

Saber ocultarse | Liu Bolin se funde con las cosas. Hace ocho años, lo hizo por primera vez para salvar su estudio de la demolición. Fue el germen de la serie que lo hizo mundialmente famoso: Oculto en la ciudad. Pintura, fotografía y escultura, en una perfecta combinación. 

Zigor Aldama
El País

Hasta hace ocho años, Liu Bolin (Shandong, 1973) era un escultor cualquiera. Uno entre miles. Pero, en 2005, el Gobierno chino calificó de ilegal el edificio que albergaba su estudio, situado en el barrio pequinés de Suojiacun. Un día se encontró con el característico ideograma chai (demoler) enmarcado en un círculo rojo pintado en la fachada, y las excavadoras no tardaron en llegar. Indignado, y convencido de que gritar serviría de poco “porque cuando dicen que algo es ilegal no se puede llevar la contraria”, decidió hacerse desaparecer entre las ruinas del lugar. Y su vida cambió para siempre.
“Cuando se destruye un edificio desaparece la gente, así que quise plasmar esa idea en una imagen que no necesitase explicación alguna”. Dicho y hecho: Liu se plantó delante de lo que quedaba de un cobertizo y, con la ayuda de unos compañeros, se pintó la ropa y el cuerpo de forma que los trazos y los colores coincidiesen a la perfección con los del fondo. Con una fotografía de ese instante consiguió, literalmente, hacerse invisible a plena luz del día. Y, sin pretenderlo, puso el germen de la serie que le ha hecho mundialmente famoso y que combina performance, pintura, escultura, y fotografía. Es Cheng shi micai (Oculto en la ciudad).
“En un primer momento, mi intención fue canalizar la rabia que sentía en una obra de arte y confrontar al público con una problemática que nos afecta especialmente a los artistas, un colectivo muy maltratado por el Gobierno. Pensé que era imposible expresar lo que sentía a través de una escultura, porque seguramente mi furia desaparecería durante el proceso de elaboración. Tenía que ser algo inmediato”. Y funcionó. “Luego descubrí que la gente corriente también sufría injusticias similares y decidí continuar con esta forma de crítica para provocar un debate sobre diferentes asuntos clave”.
Ahora, la fama le ha permitido abrir un nuevo estudio en Caochangdi, donde tiene como vecino a otro creador molesto para el régimen. Con Ai Weiwei comparte también filosofía. “Siento que si uno no sirve a la sociedad a la que pertenece no puede llamarse artista”. Por eso, las desapariciones de Liu reflejan los diferentes problemas que aquejan a la China del siglo XXI. “Estamos frente a una grave crisis social. El desarrollo ha traído consigo un deterioro de los valores, porque el dinero es lo único en lo que los chinos tienen fe. Si fuese un soldado cogería el fusil, y si fuese un obrero lucharía contra ello a martillazos. Como artista, busco una fórmula para que el público se fije en lugares tan comunes que de otra forma pasarían desapercibidos y piense en lo que realmente significan”.

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