La intimidad en la era de Facebook
Emily, de Evan Baden | Más fotos.
Exhibicionismo | La vida privada como una fortaleza accesible solo a familiares y amigos es cosa de antes. Las redes sociales se fundamentan en una intromisión aceptada socialmente. El arte contemporáneo no ha quedado al margen de esta transformación. Privacy, una exposición en Fráncfort, inspecciona la pérdida gradual de la intimidad.
Álex Vicente
El País
Existió un tiempo en que lo íntimo era sagrado. La vida privada constituía una fortaleza a la que solo los familiares y un reducido círculo de amigos lograban acceder. Lo que sucedía de puertas adentro no era asunto de nadie y quien se atrevía a mirar por la ventana se arriesgaba a ser juzgado por intrusismo e indiscreción. Pero eso fue hace mucho tiempo, a juzgar por un presente donde la privacidad parece una palabra desprovista de significado, el exhibicionismo se ejerce sin rubor y el voyeurismo se acerca al estatus de práctica socialmente normalizada.
Las redes sociales se fundamentan en una intromisión aceptada por todas las partes implicadas y cualquier momento íntimo es susceptible de convertirse en imagen a exponer ante el prójimo en cuestión de segundos. Las redes de home-swapping nos incitan a intercambiar residencia con desconocidos durante las vacaciones. Y las páginas de couch-surfing, a dejar que se acuesten en nuestro sofá mientras dormimos en la habitación contigua. Como sentenció en 2010 el mismísimo Mark Zuckerberg, la privacidad es “una norma social que ha evolucionado” hasta quedar obsoleta.
El arte contemporáneo no ha quedado al margen de esta transformación, que en poco más de una década ha logrado convertir en regla lo que antes rozaba la patología. Privacy, una nueva exposición en el Schirn Kunsthalle de Fráncfort, inspecciona hasta el 3 de febrero la pérdida gradual de la intimidad y el exhibicionismo imperante a través de la creación artística. “En un momento en que la autorepresentación y la noción de privacidad están sujetas a semejante agitación, se me ocurrió preguntarme de dónde podía proceder todo esto. El arte nos da una posible respuesta”, explica la comisaria Martina Weinhart.
La muestra recorre el trabajo de una treintena de artistas que no se ruborizan al hablar de asuntos privados en lugares públicos, desde los primeros brotes de esta tendencia al destape de lo íntimo, a finales de los cincuenta, hasta el actual dominio de las alegrías y miserias personales como motor creativo.
La exposición se inspira en la teoría de la post-privacidad formulada por ensayistas como Richard Sennett, Anthony Giddens y David Brin. Antes de la llegada de Facebook y Twitter, ya denunciaron la tiranía de la intimidad que se avecinaba. Hace medio siglo que el arte refleja este proceso de cambio a través de una exposición deliberada de la vida privada propia y ajena. Stan Brakhage, pionero del cine experimental, dio un decisivo paso adelante en 1959 con Window Water Baby Moving, crónica del parto de su primogénito, proyectado en esta exposición. Cuentan que los espectadores abandonaban la sala con náuseas y que las feministas reaccionaron de manera furibunda. Desde entonces, el arte contracultural se especializó en reflejar modos de vida que la doctrina oficial de los cincuenta, empeñada en pregonar el dogma de la familia perfecta de suburbio residencial, se obstinaba en ignorar. Las mujeres artistas, como Martha Rosler, protestaron contra la sumisión de género (y el consiguiente enclaustramiento en el espacio doméstico) diluyendo la frontera entre lo privado y lo público. Y Andy Warhol filmó el sueño eterno de su amante, el poeta beat John Giorno, en la instalación Sleep, donde le observamos durmiendo durante cinco horas en la penumbra de su habitación. Luego iría todavía más lejos con videos de títulos tan explícitos como Hand Job, Blow Job y Blue Movie (Fuck).
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