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30.4.16

Historias del rock argentino

LIBROS










Adelanto | Las periodistas Laura Ramos y Cynthia Lejbowicz reeditan Corazones en llamas, que en su momento fue leído como una bitácora. 

Laura Ramos y Cynthia Lejbowicz |
ANFIBIA 

Luca no murió

Para el mes de mayo de ese año los Virus en pleno estaban instalados en Brasil. Casi toda la banda se alojaba en dos departamentos ubicados entre un morro y el mar, justo donde termina el Río de Janeiro antiguo, mientras que Federico Moura había elegido un piso en Ipanema y lo compartía con el iluminador y fotógrafo Fernando Bustillo. Las grabaciones se realizaban en un estudio céntrico. El grupo estaba registrando Superficies de placer y faltaba componer algunos temas.
Sentado junto a una ventana frente al mar, escuchando el grabador con la música que había compuesto Marcelo Moura, Roberto Jacoby escribía Oro en polvo y, de a ratos, se reía solo.
Lo primero que compuso fue el estribillo. Una tarde que Federico fue a verlo le mostró el material y a Moura le encantó. Era la primera vez que no trabajaban las letras juntos.
Ya hacía un tiempo que Federico no estaba bien, todos lo notaban de mal humor y a veces muy deprimido. A poco de llegar a Brasil se enfermó y un médico le diagnosticó gripe. Como seguía mal consultaron nuevamente.
 A fin de año, ya en Buenos Aires, recién llegado el grupo de una gira por Chile, Federico se reunió con su amigo Roberto Jacoby. Tomaban vino blanco y conversaban.

—Estando en Chile vino a verme una mujer. Me dijo que había escrito un libro en el que yo aparecía enfermo de sida.
—¡Qué mala onda esa mina! —se molestó Jacoby.
—Lo peor es que es cierto —le contestó Federico.

Un día después de Navidad, Virus dio un concierto en el teatro Fénix de Flores.
El domingo 20 de diciembre Sumo tocó en el estadio Los Andes de Lomas de Zamora. Los Violadores habían abierto el show cuando todavía era de día. Al terminar el concierto de Sumo Luca gritó:

—Lo vamos a hacer de nuevo.

Y arrancaron otra vez con Fuck you.
Luca Prodan murió antes de Navidad, el día que debía cobrar en Sadaic. Diego Amedo y un par de amigos fueron a hacer el trámite. Se habían juramentado no decirle nada a nadie.

—Igual, ¿quién nos va a creer que Luca está muerto?

Temas fallutos

Una tarde, Charly García llegó a su departamento de la calle Peña y encontró a su hijo junto al equipo de música. Miguelito escuchaba una parte de Peperina, rebobinaba y volvía a rebobinar.

—Viejo, ¿cuándo vas a dejar de hacer temas fallutos? —le dijo.
—¿Por qué fallutos? —preguntó Charly.
—Fallutos, cuando me copo con una me la cambiás…
—¿Y éste? ¿Te gusta? —era Yendo de la cama al living.
—Este sí me gusta.

Ese 26 de diciembre Charly salió de una quinta que alquilaba en Acassuso con rumbo al estadio del Club Ferrocarril Oeste. Esa noche tocaría para unas treinta mil personas.
Era un domingo sin fútbol que había marcado 39º de temperatura a las tres de la tarde, con un minitemporal a las cinco. Cuando los Abuelos subieron a tocar el estadio hervía de aplausos y calor. El otro grupo soporte, Suéter, no fue bien recibido y Miguel Zavaleta se enfrascó en una discusión con el público.
Ya de noche García llegó al escenario a bordo de un Cadillac rosa y la ovación del público tapó el Mesdames, messieurs del presentador Jean François Casanovas.

Corazón delator

A mediados del 86 Gustavo Cerati se había separado de la modelo Noélle Balfour y vivía solo en un departamento en Azcuénaga y Juncal.
Soda Stereo grababa Signos en los estudios Moebio, quedaba una semana para terminar y faltaban casi todas las letras de los temas. El único listo era Persiana americana.
Una de esas noches Cerati se durmió a la una de la mañana cargado de preocupación, no había conseguido escribir ni una palabra.
A las cuatro se despertó, tomó unos cafés para estimularse y de un tirón, del principio al fin, armó todo el disco. Arrancó con Signos y acabó con Final caja negra muchas horas más tarde.
Unos días después tras cuatro noches sin dormir, sintió que el corazón le estallaba y detuvo la grabación, salió del estudio y se subió a un taxi.
Al llegar a la puerta del Hospital Italiano el reloj marcaba doscientos australes.

—Olvidate del vuelto —gritó mientras le daba al taxista un billete de quinientos. En el hospital lo recibió una médica de guardia.
—¿Voy a vivir, doctora? —le preguntó.

—Quedate tranquilo —dijo la médica después de tomarle la presión. Más tarde, en la casa de sus padres, en Villa Urquiza, se metió en la bañadera y por fin se relajó.

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